Publicado el 30 de septiembre de 2013 en
la sección Imagen del Diario de Yucatán.
Por Jorge Luis Hidalgo Castellanos
Habíamos llegado a la frontera. La banderita identificaba al puerto de salida camboyano y había que registrar los pasaportes en la oficina migratoria
cuyos funcionarios los revisaron y sellaron. Unos árboles de khnor (Artocarpus heterophyllus) –esa fruta
tropical de inmenso tamaño que los thais llaman khanun y los vietnamitas mit-
daban sombra y alivio en el caluroso y húmedo día. Los pasajeros, sudorosos,
abordamos nuevamente el bote para atravesar el ancho Mekong y descender con todo
nuestro equipaje en el puerto de entrada vietnamita donde había un restaurante
flotante y turistas de al menos 15 nacionalidades esperando. El capitán de
nuestro bote recogió nuestros pasaportes y sugirió que comiéramos algo. Veinte minutos
después apareció para devolvernos los documentos y comunicarnos que
abordaríamos otro bote. Nunca vimos a los oficiales de migración o aduanas pero
el sello de ingreso lucía ya en los pasaportes. Oficialmente estábamos en Viet
Nam.
En 1995 se estableció la Comisión del Mekong, integrada por cuatro
países: Laos, Tailandia, Camboya y Viet Nam, y dos más, China y Myanmar como
asociados a la Comisión para dialogar acerca del uso y aprovechamiento de sus
aguas de manera segura y ordenada así como para proteger los inmensos recursos
que tiene. El Mekong riega miles de hectáreas de cultivo, principalmente de
arroz, el alimento básico de los seis países por los que discurre. Su presencia
es no solo relevante sino imprescindible en la economía y la vida de millones
de asiáticos. Su cuidado y atención, incluso para la prevención de desastres,
requiere de una comunicación constante.
Abordamos el segundo bote, de madera y al que le llamaban crucero. Si bien
navegaba lento era amplio, con un bar y se podía caminar por su cubierta, misma que contaba
con mesas y bancas que hacia la travesía más agradable y confortable. Los niños
se sentían más a gusto sin sentir el paso del tiempo mientras bebían un
refresco. El viaje en este barco demoró casi dos horas con la ventaja de que la
parte vietnamita del río presentaba vistas de la selva y las aldeas ribereñas con
silos, molinos de arroz y varios navíos de carga, de gran calado, hasta que
divisamos lo que parecía una ciudad grande: Chau Doc, nuestro destino en el
Mekong.
Nos alegramos al pensar que Saigón estaría cerca pues los cuatro niños,
después de más de cinco horas, habían acabado con las provisiones –agua, jugos y
botanas- y su paciencia. No admiraban de la misma manera que sus padres el río,
sus márgenes y la gente ni la revista Playboy que durante todo el trayecto
“leyó” el holandés de casi dos metros que iba con su novia, con quien casi nunca
habló. Solo les llamó la atención ver los cochinitos inflados inertes o las ratas muertas
que la corriente del Mekong llevaba en su superficie junto a ramas, troncos y otras
cosas.
Kunming en China y Bangkok en Tailandia se unen de manera indirecta por
medio del Mekong a través del Puerto
de Chiang Saen en la provincia norteña de Chiang Rai. Uno puede desembarcar en
el puerto tailandés navegando cientos de kilómetros desde el suroeste chino y
después de atravesar tres países en uno de los navíos de diversos tamaños que
lo recorren, la mayoría de bandera china, cuyos marinos y comerciantes dominan
las aguas del río y los abundantes recursos del sureste asiático, no solo del
Mekong y de los países por cuyos territorios fluye, sino de los diez que
conforman la región. Su influencia y voracidad es evidente.
Al bajar del crucero –que pronto ofrecerá comida caliente a bordo- en
Chau Doc, tuvimos que esperar unos minutos hasta que se nos dijo que había que
tomar un autobús para ir a Saigón. Dejábamos
el Mekong para viajar una hora hacia el Este, según nuestros cálculos.
Pregunté, sin embargo, cuánto haría el autobús puesto que ya eran las 2 de la
tarde. –Seis horas –me dijo el dependiente. –El total que originalmente haríamos de Phnom
Penh a Saigón! El vietnamita sonrió.
En una explanada abordamos el autobús casi lleno cuyo interior tenía los
asientos ordenados en tres hileras y en dos niveles, el primero al ras del
piso. Afortunadamente tenia aire acondicionado y los pasajeros íbamos
recostados. El autobús inicio su marcha y percibí que la carretera era muy
angosta, el chofer usaba la bocina frecuentemente a lo que me acostumbre después
de una hora cuando dormí hasta que llegamos a un paso sin puente sobre el río.
Un ferry llevó al bus y continuamos la marcha sin dejar de sonar el claxon.
El Mekong es un río internacional, con tráfico de todo tipo, legal e
ilegal, diurno y nocturno, a tal grado que ha obligado a las autoridades de los
países a firmar acuerdos y tratados bilaterales y regionales para ordenar su
aprovechamiento comercial, la navegación, carga de mercancías y pasajeros, cooperación
para el desarrollo sustentable así como para facilitar el transporte transfronterizo
en su cuenca.
Un poco antes de llegar a Saigón la angosta carretera a lo largo de la
cual nunca dejamos de ver casas se amplió y modernizó. Arribamos a las 8 de la
noche, doce horas después de haber embarcado en Phnom Penh. El bullicio de la ciudad de Ho
Chi Minh con su tráfico de coches y motos me hizo recordar la tranquilidad del
Mekong y apreciarlo aún más.H
Copyright 2013. Texto & Fotos: Hidalgo©
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