Publicado el 2 de diciembre de 2013, en la sección Imagen
del Diario de Yucatán.
Jorge
Luis Hidalgo Castellanos
Lo impresionante no son solo las edificaciones sino el
lugar donde están asentadas. La atmósfera que se siente en cuanto llega uno a la
planicie del complejo de templos y palacios antiguos de la cultura jemer es
única. No puede ser mejor, es como la que se siente en Chichen Itzá, Machu
Picchu, Stonehenge, la isla de Pascua, Taj Mahal o Guiza.
A partir del siglo IX de nuestra era y tomando la herencia
del hinduismo que dominaba gran parte de Asia, los gobernantes del imperio
jemer, gloriosos antepasados de la actual Camboya construyeron templos y
palacios que, poco a poco, formaron parte de un gran complejo arquitectónico,
político y socio-económico que hoy se puede apreciar en las inmediaciones de
una pequeña ciudad camboyana llamada Siem Reap.
La ciudad, ubicada en el noroeste de este reino del
sureste asiático ocupa el quinto lugar en tamaño pero su actividad económica es
dinámica y su aeropuerto –basado en la arquitectura tradicional jemer- es quizá
el que mayor número de turistas recibe, particularmente del extranjero. Vuelos
directos de aviones de líneas que no se ven en las pistas de la capital, llegan
diariamente al de Siem Reap.
Da lo mismo llegar por aire o por tierra, de inmediato
se percibe una energía diferente –y casi siempre positiva- al ingresar a Siem
Reap, donde se pernocta para visitar el complejo arqueológico que abarca varios
kilómetros cuadrados, en los que se encuentran piedras, montículos y ruinas en
general en cualquier lugar de la selva donde hay árboles de más de 30 metros de
altura. Un magnifico hotel, nuevo, bueno, bonito y barato es el Saem SiemReap,
alejado del bullicio y construido en 2012. Un hallazgo.
Ir temprano y con un guía que dirige un tuk-tuk es
además de tradicional lo más conveniente dado el clima y las características
del lugar. Sentir el viento en la cara, rodeado de vegetación y de pronto
descubrir un arco de 800 años, oscurecido por la pátina, bajo el que pasa uno
es una experiencia que obliga a la contemplación, la meditación y a la
reflexión. Frente a los ojos aparecen las magníficas construcciones,
antecedidas por murallas. Todo rodeado de agua, es el templo de Angkor.
Parece una isla en un lago, o rodeada del río Siem
Reap. También recuerda los fosos de los castillos medievales y súbitamente pasa
por la imaginación la visión que los españoles habrán tenido al contemplar
Tenochtitlan, en el Valle de México. Templos y palacios en medio de un lago en
el siglo XVI, del que ahora casi nada queda.
Un puente, una muralla, un camino recto que lleva a
una de las imágenes más fotografiadas en el mundo: el wat, que en el idioma local significa templo, es Angkor Wat. El lugar gusta de entrada, pero
lo mejor viene a cada paso que el visitante da hacia adentro. Puertas,
pasillos, templos, galerías –varias con bajorrelieves con escenas épicas de los
jemeres–. Otras que narran, para variar, el Ramakien, y escalinatas que llevan
a torreones desde los que se está más cerca de Vishnú o de Buda. No porque
estén en el cielo, sino por la serenidad que reina ahí, desde donde se ve la
jungla en una superficie plana que no se acaba. Otra vez la semejanza con el
Castillo, en Yucatán.
Con suerte se puede ver algún monje budista, tan
sorprendido como cualquier extranjero, y a camboyanos con trajes tradicionales
que quizá ya se usaban en la época del rey Suriyavarmán VII en el siglo XII, cuando
se construyó el Angkor Wat. El templo está tan bien conservado que se mantiene
como centro religioso para budistas e hindúes, si bien en la época de su
esplendor estaba dedicado a Buda. Significa tanto para Camboya que es un
símbolo oficial, el escudo que está en la bandera nacional.
El complejo de ruinas en Siem Reap abarca otros
templos y palacios,
entre los que destacan Bayón construido posteriormente al de Angkor por el rey Jayavarmán VII. Se distingue por los gigantescos rostros de piedra que adornan sus torres y fachadas. Nunca mejor dicho. Inevitable recordar las colosales cabezas olmecas, los Atlantes de Tula o los mascarones de Lamanaín.
entre los que destacan Bayón construido posteriormente al de Angkor por el rey Jayavarmán VII. Se distingue por los gigantescos rostros de piedra que adornan sus torres y fachadas. Nunca mejor dicho. Inevitable recordar las colosales cabezas olmecas, los Atlantes de Tula o los mascarones de Lamanaín.
Este poderoso monarca, también construyó Angkor Thom, la última capital del imperio jemer y la que duró más tiempo en sus 9 km² de extensión. Es uno de los pocos gobernantes jemeres que se retrataron en esculturas y relieves que se conservan en museos, como su estatua en estilo Bayón que lo muestra en posición de meditación compasiva (Lokesvara).
Pero quizá uno de los templos más impresionantes para
el visitante
sea Ta Prhom, otro vestigio de lo que hizo Jayavarmán y que destaca en el complejo arqueológico más conocido de Camboya porque ahí se han dejado los centenarios árboles que abrazan las estructuras y que denotan su antigüedad. Son auténticas reliquias de fotografía.
sea Ta Prhom, otro vestigio de lo que hizo Jayavarmán y que destaca en el complejo arqueológico más conocido de Camboya porque ahí se han dejado los centenarios árboles que abrazan las estructuras y que denotan su antigüedad. Son auténticas reliquias de fotografía.
El complejo de Angkor Wat es hermoso, majestuoso y
amplio, con otras secciones como Preah Ko, Bakong, Lolei, Banteay Srei y
Baphuon, las cuales requerirían por sí solas dedicarles tiempo a cada una y
pasar varios días en la zona arqueológica. De colofón, en un viaje a Camboya es
imperdible el Museo Nacional de Angkor, la hilera de altos árboles le guiará.H
Copyright
2013 Texto & Fotos: Hidalgo©
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