lunes, 30 de enero de 2012

Manorah, mi kinnarí

PROMOCIONAL       Desde Bangkok        Publicada:  30 enero 2012
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El kinnarí (arriba) es un tipo de ángel en la mitología asiática de los pueblos hindúes y budistas. Es el eterno amado y amante, que siempre está abrazado, como un perpetuo esposo-esposa, tal como nos cuenta Jorge Luis Hidalgo Castellanos en su colaboración semanal que desde hoy puede leerse en el sitio  http://www.yucatan.com.mx/

Tema: Viajes


Desde Bangkok
 Un ángel en Siam     Publicada: el 30 de enero de 2012 en el Diario de Yucatán. 

Jorge Luis Hidalgo Castellanos

Eran cerca de las nueve en una cálida noche de mayo cuando se fundieron en un abrazo que les transportó a otra dimensión. Ambos revelaban ternura y él se trasladó mentalmente a otro lugar, a otra época, sintiendo que sus brazos reconocían a ese celestial ser que le había esperado tanto tiempo. Era, en efecto un momento anhelado, que se prolongó varios segundos y que ellos habrían querido se hubiesen convertido en minutos. Fue una unión sublime.

Kinnarí es un tipo de ángel en la mitología asiática de los pueblos hindúes y budistas. Es el equivalente femenino del kinnon tailandés y del kinnará, especie de centauro de la India (hombre-caballo) que interpreta música y del que se hace una descripción en la épica obra el Mahabharata, obligada lectura de la preparatoria en la clase de literatura universal en la ciudad de México.


Kinnará es el eterno amado y amante, que siempre está abrazado, como perpetuo esposo-esposa, que sin embargo no llega a ser padre ni madre y disfruta, así, un placer imperecedero. Eso describe el Mahabharata que señala las cuatro metas de la vida (dharma, artha, kama y moksha).


Al estrecharle, con el corazón batiendo, él percibió el suave aroma de su cabellera castaña y sintió las tersas manos sobre su espalda. No daba crédito a este momento. Finalmente se había hecho realidad, lo que en sueños había visto o ¿lo que había imaginado? Sí. Lo imaginó muchas veces y lo deseó incontablemente. Cuando esa criatura le tomó y le miró, sus ojos llenos de amor parecían verdes y sus pupilas eran profundos agujeros que transparentaban sus pensamientos o quizá, en realidad, telepáticamente le decía –Ven, te he estado esperando. Abrázame. – y fue entonces, al caer sus tupidas pestañas, en un parpadeo, cuando agitó sus alas.

En el sureste asiático, incluida Tailandia y en un segmento de la religión budista, las kinnaríes se representan como seres celestiales mitad mujer, mitad ave, con cabeza, torso y brazos desnudos de humano, y alas, cola y extremidades de cisne. Son bellas y delicadas criaturas que cultivan la música, el baile y la poesía. Mezcla de ángeles cristianos con ninfas paganas, pero más etéreas que voluptuosas.

No hubo, sin embargo, diálogo en ese mágico momento y él no pudo –o no quiso- apartarse de ella y verla completa. Años antes había peregrinado a ese mismo lugar para encontrarse con la kinnarí y no lo había logrado, tal vez por falta de fe, que no de amor, porque entonces, joven, era más inocente y romántico. Ahora sentía que su deseo se hacía realidad y por fin estrechaba a ese delicado ser, a su ángel.

En Tailandia, la más famosa kinnarí es Manorah, una heroína del Pannas Jataka, obra del siglo XV escrita por un monje budista del reino de Lanna (Chiang Mai), que narra 50 historias de las vidas pasadas de Buda. Manorah es la esposa del príncipe Sudhana. Este mito se representa en una danza tradicional titulada Manorah Buchayan, a decir de los expertos, una de los más esotéricos bailes típicos tailandeses, similar a “Norah”, una danza del sur del reino.

Decenas de pensamientos cruzaron su mente, mientras mantenía los ojos cerrados y sentía la entrañable caricia de esa bonita muñeca de la que se enamoró a primera vista sin saber, al principio, que era celestial. Su sencillez, su sonrisa y sus palabras la hacían encantadora. Algunas veces la luna le había transmitido sus mensajes y el pretendió que era turbaciones y añoranza; hasta que hizo caso y acudió al llamado.

Los ángeles, arcángeles, querubines y otros seres celestiales son fuente de inspiración, protección e iluminación de mucha gente en todo el mundo. En EE. UU., una encuesta reciente dio como resultado que más de la mitad de los cuestionados creen en ellos y se encomiendan a su resguardo. Casi todas las culturas antiguas los representan con alas y simbolizan la bondad y lo positivo.

Así, ensimismado en su abrazo, con su rostro febril tocando el de su ángel, con la convicción del creyente, se separó un poco e intentó verle a la luz de la luna. Al momento de sonreírle e intentar decirle -Te he extrañado tanto, sus brazos parecieron ceñir el aire, envolviéndose a sí mismo. Perplejo concluyó que su Manorah se había marchado, aunque interiormente bien sabía que el ser celestial ojiverde continuaba a su lado, invisible y protegiéndole amorosamente, tal como él le resguarda, profesándole mutuo amor.
 

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Texto: Hidalgo 

lunes, 23 de enero de 2012

El misterio de Jim


Desde Bangkok

Publicada: el 23 de enero de 2012 en el Diario de Yucatán. 

Jorge Luis Hidalgo Castellanos
¡Se esfumó! Nadie sabe dónde está. Ni idea, pero Jim simplemente desapareció. No, fue en México, sino en la montañas de Malasia, donde vacacionaba en la Semana Santa.

Jim Thompson, ciudadano de Estados Unidos cuyo nombre evoca los mejores productos de seda tailandesa, es ahora la marca de prestigio que estableció a fines de los años 40 en Bangkok, a donde había arribado en 1945 para trabajar para el gobierno de su país en labores de inteligencia.

 Su nombre completo era James Harrison Wilson Thompson y es reconocido como el promotor y modernizador de la industria de la seda en Tailandia ya que de su labor empresarial en el ramo textil, Jim logró posicionar nuevamente la seda tailandesa entre las mejores fibras naturales del mundo, lugar que había perdido a lo largo de la historia no obstante la antigua tradición, que data de por lo menos 3 mil años antes de Cristo, mucho antes de que los chinos pudiesen domesticar la palomilla de la seda.

Gracias a Jim Thompson desde la década de los 50 hasta la fecha, la seda de Tailandia, y en particular sus productos, es reconocida por los estándares de calidad que maneja, por sus diseños, textura, durabilidad y brillantez. Dos factores influyeron en el proyecto de Jim: sus orígenes familiares puesto que su padre había tenido intereses en la industria textil de Estados Unidos y sus estudios de arquitectura y arte en general, que se reflejaron en las telas y productos que fue creando a través de los años.

Asimismo, su ingreso en el medio castrense y del espionaje y el trabajo de inteligencia militar a través de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, por sus siglas en inglés), de la cual surgió en 1947 la CIA, le dieron una serie de elementos que favorecieron su visión empresarial en Asia. Antes estuvo destinado al norte de África, arribando a la otrora Ceilán (ahora Sri Lanka) al término de la Segunda Guerra Mundial. De ahí fue enviado a Bangkok, donde estableció la representación de la OSS, a través de la cual mantenía contactos con los frentes opositores de Tailandia, Laos y Camboya.

Jim tuvo la visión de explotar el potencial de la seda en Tailandia y relanzó la industria en este país a través de The Thai Silk Company, establecida en 1948 en sociedad con George Barrie. La diseñadora Irena Sharaff decidió usar seda tailandesa para los figurines del musical de Broadway “El Rey y Yo”, producido por Rogers & Hammerstein y cuya trama se desarrolla en el reino de Siam, lo que catapultó los productos de la compañía de Jim Thompson, a quien se le llama el Rey de la seda.
 Un dato curioso fue su método de gestión, que permitió que quienes hilaban y tejían las telas, en su mayoría mujeres, y sobre todo amas de casa, pudieran laborar en sus viviendas, evitándoles dejar de atender las labores domésticas. Su casa en Bangkok, ahora convertida en museo, se erigió del otro lado del canal donde varias de sus obreras residían, lo que le facilitaba la supervisión. Dicha práctica se mantuvo hasta poco después de su desaparición en 1967.

Jim Thompson había viajado a Malasia, a pasar unos días de descanso en la Pascua, en la cordillera de Cameron, cerca del poblado de Tanah Rata. Llegó acompañado de Connie Mangskau el 24 de marzo de 1967 y se hospedó en el búngalo “Moonlight” junto con el doctor Ling Tien Gi y su esposa. El día 26, después de la comida Jim salió a dar un paseo y, nunca regresó.
 La búsqueda se inició llegando a hacerse la mayor operación policiaca hasta esa fecha en Malasia, peinándose la zona durante 12 días. Se ofrecieron recompensas, varios investigadores y militares británicos y norteamericanos acudieron al lugar, incluyéndose un psíquico que juró que Jim había sido secuestrado. Todo fue en vano.

El misterio de la desaparición de Jim Thompson ha dado pie a especulaciones y teorías, mismas que van desde la idea de que cayó en alguna barranca en las montañas, hasta que fue secuestrado y llevado a otro país, habiendo fallecido al intentar escapar. No falta quien asegura que desapareció voluntariamente, cambiando su identidad y fue a vivir los últimos años de su vida en su tierra o que la CIA lo borró del mapa porque sabía demasiado. Un auténtico expediente X. En cualquier caso, el color y la suavidad de la seda son su legado a Tailandia.

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Texto: Hidalgo

lunes, 16 de enero de 2012

Singular casa

Desde Bangkok

La casa de Jim Thompson       Publicada:  el 16 de enero de 2012 en el Diario de Yucatán. 

 Jorge Luis Hidalgo Castellanos

 Es una casa de cuento. Exactamente como se imagina un extranjero una vivienda bucólica típica del sureste asiático. Es de ensueño y está ubicada en plena corazón de la abigarrada Bangkok.  Es la Casa Jim Thompson, en si misma un museo.

Jim Thompson es una institución en Tailandia por los productos de seda que llevan su nombre, ahora como marca registrada. Camisas, corbatas, sarongs, vestidos, batas, pañuelos y pañoletas, bolsos, almohadas, muñecas y todo producto de preciosa seda tailandesa (Thai Silk) son elaboradas bajo la prestigiada Jim Thompson,  sinónimo de calidad y buen gusto en todo el mundo.

Arquitecto, formado en las mejores universidades norteamericanas, Jim provenía de una rica familia de Estados Unidos. Llegó a Tailandia para trabajar en la Embajada estadounidense al término de la Segunda Guerra Mundial y decidió permanecer en Tailandia, donde fundó una empresa textil de seda local, fibra que alguna vez había sido ya afamada en estas tierras y que a mediados del siglo XX había caído en el olvido, no obstante ser, según comentarios de estudiosos y expertos en la materia, un material producido en Siam antes que en la propia China, de donde Marco Polo la habría llevado a Europa, dándola a conocer a todo el mundo e iniciar el comercio de tan noble fibra.

La famosa Casa de Jim Thompson en Bangkok, ahora convertida en museo, se ubica en las márgenes de un gran canal, justo enfrente de una barriada popular donde varias de las hiladoras de seda vivían, lo que le permitía a Jim supervisar directamente los trabajos.

  
 La mansión se construyó en una hectárea de terreno a donde Jim hizo traer seis casas de  madera de teca –común en ese entonces en los bosques tropicales de la región- de diversas provincias de Tailandia, en particular de Ayutthaya y Bangrua. Son casitas típicas tais, de tablones oscuros, algunas centenarias, que él hizo unir de tal manera que cada una se destinó a ser una habitación de la casa: la sala, el comedor, el estudio, su recámara y dos dormitorios para huéspedes. Las colocó del modo tradicional en el sureste asiático, sobre palafitos, haciendo aprovechable la parte inferior de la residencia y diseñó escaleras internas que contrastan y complementan a las que las casas tailandesas tienen en el exterior. El resultado es una casa bien dividida, ventilada y cómoda la que enriqueció añadiendo una decoración ecléctica de buen gusto, en la que se aprecia parte de la colección de arte sacra budista y asiática en general que Jim Thompson reunió desde que llegó a esta zona del mundo, junto con candeleros y obras europeas. El comedor, por ejemplo, y a diferencia de la costumbre tailandesa de comer en el suelo, sobre una estera o tapete, cuenta con dos mesas chinas del siglo XV que unidas dan lugar a seis comensales para degustar las viandas en una finísima vajilla de porcelana china (de ahí el nombre en inglés de las buenas vajillas: Chinaware) que en México semejaría –toda proporción y respeto guardados- a la talavera poblana, en blanco y azul.  

 La casa está rodeada de tupidos jardines con diversas flores, estanques y altos y viejos   árboles que refrescan el ambiente de la calurosa capital con un lugar reservado para la consabida casa de los espíritus. La casa actualmente tiene una tienda Jim Thompson, sobre la que está una galería de arte que presenta exposiciones itinerantes. Además, los visitantes pueden refrescarse y degustar la gastronomía tai en el restaurante de la cadena del mismo nombre, que el conglomerado heredado por Jim tiene en diversos lugares.


La casa Jim Thompson es fácil de localizar en la gran capital tailandesa, basta tomar el tren elevado (Skytrain-BTS) y bajar en la estación National Stadium, de donde los letreros señalan hacia dónde dirigirse y, una vez en la calle, se camina una cuadra hasta la entrada principal. Es una parada obligatoria muy agradable, incluso si tiene poco tiempo.H




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Texto & Fotos: Hidalgo

lunes, 9 de enero de 2012

Tamarindos extranjeros

 
Desde Bangkok

Guamúchiles tailandeses    Publicada: el 9 de enero de 2012, en el Diario de Yucatán 

 
Jorge Luis Hidalgo Castellanos

Cuando era niño, solía jugar a la sombra de los guamúchiles, árboles de hojas pequeñas que junto con los mezquites, amates, mangos, mameyes, tlalahuacates y tamarindos formaban el pequeño bosque de La Cañada, tórrida, bucólica y pequeña comarca del sur de México, donde crecí.

Los primeros y los últimos árboles mencionados en el párrafo anterior se relacionan con Tailandia de alguna manera. Ambos habrían llegado al otrora Siam desde la India hace siglos. Los guamúchiles (Pithecellobium dulce), cuyas vainas frutales enroscadas están compuestas de hasta diez blancas y carnosas esferas sin centro –huecas- es originario de América y llegó a través de Filipinas con los navegantes españoles; de hecho en tailandés se llaman “tamarindo extranjero” (Makhamtaed), pues el tamarindo (Tamarindus indica) se asume como un fruto local (Makham), aunque proviene de India.

 Ha sido aquí, en Tailandia, donde he encontrado esa relación entre ambos frutos -guamuchil y tamarindo-, tan comunes en las áreas tropicales y áridas de nuestro país.

Es verdad que el guamúchil, es poco conocido en buena parte de México, incluyendo su capital, -si bien se asegura que es originario del país- y que no es de un sabor particularmente encantador. Es sin embargo, muy apreciado en los lugares donde se da, en general de manera silvestre –desconozco un huerto de guamúchiles-.

 Entre sus propiedades están que alivia la tos, su corteza es astringente y combate la disentería y es hemostática, lo que ayuda a curar úlceras internas.

En Bangkok, durante diciembre y enero, es fácil 
encontrar en mercados y puestos de frutas en las calles estas humildes roscas que hacían mis delicias y las de mis amigos de infancia en un “Lugar donde abundan los guamúchiles”, en la zona montañosa de la mixteca entre Puebla, Guerrero y Oaxaca.

A un lado de mi escuela en la provincia mexicana y muy cerca del curato, frente a la iglesia, había una pequeña colina que escalábamos y sobre la que corríamos hasta llegar al árbol de guamúchil que había en la cima para cortar o recoger sus dulces frutos que avidamente comíamos entre mayo y junio, a los ocho o diez años de edad. Ese montículo, pocos años después se descubrió, era una pirámide prehispánica; templo de un centro religioso tlapaneca de influencia mexica, en el antiguo Huamuxtitlán. Su etimología es, en efecto, guamúchil.

Los tamarindos en México, a diferencia de los guamúchiles, son usados –entre muchas otras cosas- como en el estado de Guerrero, para preparar agua fresca con la que aliviar el calor casi eterno de ese verde valle por el que corre un río, a través de la árida Montaña, una perennemente olvidada región sureña. Pero ni allí, ni en todo México se nos habría ocurrido llamar alguna vez a los guamúchiles “tamarindos extranjeros”.

En Tailandia, los guamúchiles también son árboles y frutos rústicos que se pueden ver por muchas partes –en la entrada de la Escuela Americana de Bangkok hay uno- y pareciera ser que al igual que en México, donde además de mi Huamuxtitlán, existe una ciudad que se llama Guamúchil en el Noroeste, cuna de uno de los más famosos actores y cantantes de música vernácula mexicana, también hay en Tailandia un distrito que lleva el nombre Makham. Coincidencias, como suele haberlas entre países tan distantes y con culturas tan diferentes que se asemejan, sin embargo, en varios aspectos.

No me sorprendería encontrar en algún lugar de Isan o en el norte del reino tailandés un cerrito con un guamúchil en su cúspide o quizá un tamarindo y bajo de él, cubierta de tierra y hierba, una chide o un templo antiguo siamés o jemer, de los millares que existen todavía.

Los guamúchiles en Bangkok han sido una grata sorpresa, que además de darme la oportunidad de saborearlos me ha hecho regresar a la edad que mis hijos tienen ahora, en aquel recóndito y maravilloso lugar de México, donde inocentemente me refrescaba sin falsa censura en sus manantiales, sin imaginar que algún día estaría en Tailandia y menos aún comiendo en ese reino asiático guamúchiles como en Huamuxtitlán.H

   Copyright 2012.

Texto: Hidalgo