Las aguas del Golfo de Tailandia son tibias y las que rodean koh Samet llegan en mansas olas a sus playas de suave arena blanquecina. Sin embargo, son pequeñas en extensión, la mayor quizá tiene un kilómetro de largo.
Copyright 2013. Texto: Hidalgo
Sentados a la mesa, frente al mar y con la luna en lo alto, esa noche cenamos arroz servido dentro de media piña y mariscos con ensalada de papaya verde, en un lugar llamado “Viking”, cuyo dueño debe haber vivido en Escandinavia dado que las paredes del restaurante estaban decoradas con equipo de deportes invernales, entre ellos esquíes y patines para hielo. Mi compañera tailandesa me dijo que la isla es pequeña y puede recorrerse a pie, por lo que decidimos caminar al día siguiente a otras playas vecinas como la de Ao Wong Duan.
Poco después de desayunar cruzamos una espesa jungla y descendimos una colina que daba a una serie de casitas de madera construidas sobre palafitos. Esta parte de la isla estaba más habitada y con muchos turistas, restaurantes y hasta un cajero automático del Bangkok Bank. La playa era ancha y larga. Noté algo extraño: no escuchaba voces ni sonidos de la gente que veía, misma que tampoco parecía verme. Sin embargo, había escuchado los tucanes en la floresta y el murmullo de las ramas de los almendros al moverse con el viento. También oía el rumor del mar, ahí mismo en la playa; y por supuesto, la dulce voz de la tailandesa.
En algún momento, al caminar junto a ella, me pareció ver que flotaba, que sus pies no tocaban el piso, pero no puse mayor atención. Su voz y su figura me embelesaban. Sus ojos risueños combinaban perfectamente con sus voluptuosos labios y sus estilizadas manos eran un convite a tomarlas para no soltarlas jamás. La playa solo registraba la impresión de mis huellas.
Retornamos a Ao Thian para descansar un poco. Después de una siesta ella me señaló un sendero y ascendimos entre los arbustos de la parte más estrecha de la isla para llegar a otra playita, en el lado oeste de Koh Samet. Ahí había dos o tres chozas de pescadores. Estábamos solos y vimos algunos botes en el mar y el ferry que a lo largo del día transporta gente y abastos, en una ruta que rodea la isla y que hace dos horas para regresar al puerto de Ban Phe. Varias lanchas con motor fuera de borda también navegaban con destinos diversos, en un activo tráfico marino que contrastaba con la tranquilidad que se sentía en Samet, alguna vez escondite de piratas y punto de revisión para los navegantes chinos todavía hasta principios del siglo XX.
Me enteré que a principios de los 80 se designó a la isla como Parque Nacional de Khao Laem Ya-Mu Koh Samet y varios tailandeses comenzaron a frecuentarla desde Bangkok. Poco a poco fueron estableciéndose hostales con cabañas, principalmente en el lado oriental. En su costa menos desarrollada, la occidental, afortunadamente todavía hay lugares como el resort Ao Phrao, en el que se llega a pensar que se está aislado del mundo. Por ser un parque nacional cada visitante paga un derecho por ingresar, bueno menos de 10 dólares por cabeza.
El piquete de un mosquito, que me pareció del tamaño de una avispa, me sacó del trance en que me encontraba contemplando a mi guía. Era, pensé entonces, la persona adecuada para hacerme compañía y el complemento perfecto para esa isla que me recordaba la de alguna película filmada en Tailandia. Ella se dio cuenta de ambas cosas y me comentó que una preocupación entre los isleños era la malaria, enfermedad transmitida por los mosquitos que a lo largo del año están acechando a sus presas humanas. Nada nuevo en el trópico y nada que impida visitar lugares con tantas bellezas. Nuevamente la seguí y nos sumergimos en el mar, donde intenté, lo recuerdo bien, abrazarla...
Desperté en la cubierta del bote, rodeado de mis amigos. Me había caído al intentar abordarlo dando un salto desde el muelle y perdí el conocimiento por algunos minutos, mismos que pase acostado sobre los asientos mientras se dirigía a la isla. La lancha se llamaba “White Shark” y surcaba el golfo de Tailandia velozmente para llegar a Baan Thai Sang Thian, el rústico resort donde tenía mi reservación para tres días en Koh Samet, lugar en el que se cuenta que hubo una sirena.H
Copyright 2013. Texto: Hidalgo
Koh Samet, in the Gulf of Thailand (II)
Jorge Luis Hidalgo-Castellanos
The waters of the Gulf of Thailand are warm and those around Koh Samet arrive smoothly to its white and soft sand beaches. Notwithstanding, the beaches are short and the biggest is one kilometer long.
With the moon in the sky and seated at the table in front to the sea, we had a dinner of rice with seafood served in a half pineapple, with Green Papaya Salad in a place called “Viking”, whose owner must have lived in Scandinavia because the walls of the restaurant were ornamented with winter sports equipment such as skis and ice-skates. My Thai escort told me that since the island is small, one can walk around all of it so we decided to walk the next morning to other beaches close to ours, like Ao Wong Duan, for example.
A bit after having breakfast we walk into the dense jungle behind the bungalows and went down a hill that ended in a compound of small houses built on water dwelling sticks. This area of the island was inhabited with more people and we could see many tourists, restaurants, bars, cafes and even a Bangkok Bank ATM. The beach was large. It was odd that I did not hear any voices or sound made by the people I was seeing. Nevertheless, I could hear the Bill-horns birds in the forest, the whisper of the Almond trees’ branches moving by the wind, as well as the marine murmur, and of course the Thai girl’s voice.
In a given time, walking together, it seemed to me that she was floating in the air. Her feet did not touch the ground, but I did not really pay attention to this fact. Her smiling eyes matched perfectly with her voluptuous lips. Her slender and pretty hands were an invitation to take them and never release them again.
We returned to Ao Thian to rest for a while. After a nap, she showed me a trail which we took to go up the hill through bushes in the narrowest part of the island in order to get to another small beach, located in the west side of Koh Samet. Over there, there were only two or three fishermen’s palm and timber huts. We were alone and we saw some boats sailing and the ferry which along the day transports people and goods. The ferry circumnavigates the island taking two hours to complete the route returning to the port at Ban Phe. Many boats with out-of-the board engines were in the sea going and coming to different places in an active maritime traffic contrasting with the tranquility of Samet, the place that once was pirates’ den and a customs point for revision of Chinese navigators.
I also was told that at the beginning of the 80’s the government designated the island as a National Park and since then many Thais from Bangkok started to visit Koh Samet often. Little by little hostels and inns were established, mainly in the eastern side with bungalows. Leaving the west side without development has allowed the island to offer places like Ao Phrao Resort, where one can think that one is really isolated from the world. As any national park in Thailand all visitors pay a fee when entering Koh Samet.
The mosquito bite brought me out of the daydream I was in while contemplating my guide. It was a wasp-size mosquito. She was, I thought at that moment, the appropriate person to be with me; the perfect complement for me on this island, a place that reminded me of a Hollywood movie filmed in Thailand. She noticed both things and changed the conversation telling me that a big concern for the islanders is Malaria, a sickness commonly spread by mosquitoes that along the year attack their human preys. Well, nothing new in the tropics but at the same time nothing that prevents one from visiting such a place, full of beauties of different kinds. As in a previous occasion, I followed her again and walked into the sea. This time while under the water, I recall it vividly, I tried to hug her…
***
When I woke up I was at the boat’s deck surrounded by my friends. Accidentally, I fell down when I jumped from the wharf trying to go on board and bumped my head. I fainted and was unconscious some minutes, time that I spent lied over the boat’s bench while it navigated fast to the island. That boat’s name was “White Shark” and took us to Baan Thai Sang Thian, the rustic resort at Koh Samet where I reserved a bungalow for three days. Native people say that long time ago in Koh Samet was a mermaid.H
Coyright 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario