Kanchanaburí paradisiaco (I)
Jorge Luis Hidalgo Castellanos
Decidió, de último momento viajar a Kanchanaburí, una de las veinticinco provincias de la zona central de Tailandia, la de la grandes y fértiles planicies, cargada de historia y de cultura. Eran los últimos días de 2012 y a bordo de su coche se enfiló a una de las carreteras que le llevarían a un hotel entre las montañas del noroeste del reino, en la provincia de Kanchanaburí.
Era sábado y el tráfico intenso de las diez de la mañana le recordó que debía haber salido al menos tres horas antes. ¿Es que todo Bangkok había decidido salir ese día? ¿Viajar al mismo lugar al que iba? Apenas llevaba recorridos 47 km y ya había transcurrido más de una hora. El paisaje continuaba siendo urbano, como si no hubiera salido de la ciudad. No era algo raro. Era la mañana del primer día de un fin de semana largo, el último del año y la gente quería aprovecharlo. Dos horas más tarde, su vista descubrió sembradíos, muchos árboles y posteriormente incluso las difusas siluetas de unas colinas.
El letrero de la carretera nacional 323 le dio la confianza de que iba por la ruta adecuada y los cañaverales le confirmaron que no se había equivocado. El viaje valía la pena: vegetación, montañas y sobre todo el río Kuei. La capital de la provincia también se llama Kanchanaburí y actualmente tiene alrededor de 60 mil habitantes. Fue establecida en el siglo XVIII por el rey Rama I como defensa de la capital de Siam para evitar las incursiones de los birmanos que atacaban desde el norte por esta ruta.
La pequeña ciudad queda al occidente de Bangkok, en línea recta hacía el mar de Andamán a sólo 130 km de la capital en un valle elevado y fértil con plantaciones de caña de azúcar, granos y flores. Es famoso su ingenio azucarero, pero no se encuentra fácilmente jugo de caña en la zona, como en Brasil es tan común. La carretera 323 que sube desde Kanchanaburí al noroeste de Tailandia es la que lleva a Myanmar, al mítico y fronterizo Paso de Tres Pagodas, punto final de la infame vía férrea construida por órdenes del invasor Ejército Imperial Japonés en la Segunda Guerra Mundial para unir a Tailandia con la entonces Birmania. Este camino lleno de árboles y paisajes bellos continua siendo una ruta de contrabando que hace no olvidar el pasado y permite descubrir parte de la historia de Asia.
Fue en esta zona donde miles de prisioneros de Guerra murieron al construir 414 km del ferrocarril Siam-Birmania en 1941 en un tiempo récord de 16 meses, de un proyecto calculado para terminarse en 4 años. Se dice que más de 300 mil personas fueron sometidas a trabajos forzados, de los cuales 60 mil eran prisioneros (americanos, británicos, australianos y holandeses), la mayoría fallecidas por el maltrato, la desnutrición, la malaria u otras enfermedades. La leyenda cuenta que hay un muerto por cada durmiente de la vía. De esta historia Boulle escribió una novela que en 1957 hizo la película David Lean con el mismo título: “El Puente sobre el río Kuei”. Este afluente impresiona por su torrente y sobre todo por los hechos históricos que representa. Todavía existe parte de la “vía de la muerte” que sólo funcionó dos años y también el puente, que reconstruido –pues fue bombardeado por los aliados para cortar la ruta– se encuentra dentro de la actual ciudad y es atracción turística.
Ya en la zona montañosa, salió de la 323 y entró en un camino estrecho que se pierde entre el bosque tropical subiendo y bajando agrestes colinas hasta llegar a su hotel, un resort sencillo y agradable en la ribera del Kuei, justo en uno de su meandros, donde hay desde bungalows, habitaciones adosadas, albergue con varias camas para los mochileros hasta simplemente césped para instalar la tienda de campaña, con derecho a vista a la curva del río y a baños limpios. Todo, en medio de la sierra que otrora atravesaban con sus elefantes los birmanos para invadir el reino vecino de Siam. Es el paraíso, a menos de 200 km de Bangkok y había que disfrutarlo en dos días.H
Continuará.
Copyright 2013 Texto & Fotos: Hidalgo
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