lunes, 9 de abril de 2012

Bodhi

Desde Bangkok

El árbol sagrado   Publicada:  9 de abril de 2012.
Jorge Luis Hidalgo Castellanos
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El maestro, se encontraba en el norte de su país, India, cuando decidió sentarse bajo un árbol de gran follaje para meditar. Era una higuera, a cuya sombra, después de algunas semanas, Siddartha Gautamá alcanzó la iluminacion y sus seguidores –incluso quienes no lo son- llamaron al árbol a partir de ese momento, hace más de 2,500 años, “la higuera sagrada”.
El Bo o Bodhi (Ficus religiosa) como también se conoce a ese legendario árbol es grande, alcanzando su tronco 3 m de diámetro y una altura de hasta 30 m. Produce un fruto, tipo higo, pequeño de 1 a 1.5 cm de diámetro que cuando madura es de color rojo púrpura y si bien es nativo del continente asiático puede encontrarse en otras regiones del mundo. 
El ficus sagrado de “el Iluminado” se habría ubicado en el estado indio de Bijar, exactamente en Bodh Gaia, de donde tomó el nombre, pero habría sido destruido por órdenes de una reina celosa, viuda del rey Asoka en el siglo III a.C., soberano que solía peregrinar al lugar donde estaba el árbol.
No obstante, en el mismo lugar –se dice- nació otro árbol que perpetuó la descendencia, la cual ha llegado hasta nuestros días. Hay, de hecho, varios descendientes de aquel primer árbol Bodhi, como el que está en Anuradhapura, en Sri Lanka, conocido como Sri Maha Bodhi, familiar directo de su antepasado norteño y que se registra como el de mayor antigüedad dado que habría sido plantado en el año 288 a.C.
Son varios los árboles sagrados que existen en Asia, no solamente el Bodhi y tampoco todos se relacionan con Buda, aunque obviamente sí con las grandes religiones, mismas que en su mayoría se originan en ese continente. El Banyán en el sureste y el Gaokarana son divinos, así como el Kiskanu con sus dátiles fragantes y vitales para el pueblo babilónico y el Gaokerana persa, el de los 10 mil remedios. El Kien-mou, el Pan-mou y el Kong-sang, el Bambú el Ciruelo y el Pino en China. Entre los griegos el Olimpo era asociado con árboles.
El Roble, árbol que en Europa pertenece al trío mágico forestal: Roble, Fresno y Espino, venerados por celtas y druidas. El Espino era habitado por hadas, mientras que el Fresno era santo también para los escandinavos e iraníes.
Los romanos apreciaban el Laurel, el Encino y el Olivo.
Para los egipcios el sicomoro, escaso en el desierto, servía para el retorno de las almas al cielo tal como se descifra de los grabados en tumbas faraónicas, mientras que el Cedro todavía es un símbolo libanés. En sudamérica el sempiverde Canelo (Drimys winteri) y el Palo Santo (Bursera graveolens) era plantas sacras para los mapuches y  paziocas, respectivamente. La Ceiba (Ceiba pentandra) era –y es- un gran árbol venerado por los mayas y sus descendientes en Mesoamérica, pero además sagrado en algunas partes de Africa, al igual que el Iroco (Chlorophora excelsa).
Entre los aztecas y otros pueblos vecinos existía el Arbol de la Vida, un Ahuehuete (Taxodium mucrunatum) especie mexicana, por cierto, que describen algunos códices.
“El Despierto” Siddharta ya antes de nacer habría tenido la influencia de los árboles y se cuenta que su madre Maia al sentir la proximidad para dar a luz se dirigió al Bosque Lumbini, dentro del cual, asida a la rama de un árbol de Ashoka recibió al nene, que estaba destinado a ser el Gran Buda. Siguiendo sus pasos, no es extraño ver actualmente que varios santones hinduistas y budistas meditan de la misma manera que el maestro lo hizo, debajo de higueras sagradas, que gracias a su follaje les resguarda del abrasador sol y les guarece de la lluvia. 
El último encuentro del Iluminado con los árboles fue al final de su vida. Siddhartha Gautamá sabía que dejaría el mundo terrenal ese día y fue al bosque donde abundaban Salas. Hizo que su amigo y discípulo Ananda dispusiera un lecho de hojas debajo de dichos árboles en las márgenes del río Hiranyavati y cobijado por ellos abandonó su cuerpo para alcanzar el Nirvana. En ese momento los Salas florecieron y sus flores cayeron para cubrir los restos de Buda.
En esta época en la que los cristianos conmemoran la Semana Santa, los judíos la Pascua y, coincidentemente, los budistas el Songkran (Año Nuevo), vale la pena reflexionar sobre la situación actual en nuestro mundo y de nuestro entorno en general, con ánimo de ver la manera en que cada uno contribuimos.
Quizá tomar unos minutos para sentarse bajo un árbol a meditar sería una buena opción, aunque no sea una higuera o ceiba, pues al final todos los árboles del planeta deben ser sagrados para la humanidad porque, entre otras cosas, le proporcionan oxigeno. H
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